Pocos días antes de finalizar el año recibí la invitación de un amigo muy querido, estaba de visita por el país luego de una larga ausencia, forma parte del numeroso grupo que ha plantado tienda en tierras lejanas.
Me entusiasmó mucho verlo de nuevo; desde la última vez había pasado casi tres años. Me acordé de su gusto por los helados, así que di un toque técnico en una heladería y le compré un buen tarro de helado de ron con pasas, su preferido.
Llegué entre los primeros y fue un momento muy emotivo cuando él en persona abrió la puerta, sonriente y rejuvenecido.
Luego de un largo abrazo pasamos al interior de la casa, fue inmensa su cara de satisfacción cuando le mostré el tarro de helado, parecía un niño grande.
Conversamos largo rato antes de que llegaran los demás invitados, después sería difícil monopolizar su atención, me puso al día de cómo le está yendo, de las altas y las bajas propias de estar fuera del terruño.
Una vez completo el grupo comenzó la reunión, al principio solo él hablaba, todos estaban interesados en conocer su experiencia, siempre causa curiosidad saber cómo la van llevando los compatriotas que están fuera; cada quien le preguntaba cosas, detalles, trivialidades, lo normal, pero hubo una persona que buscó llevar la conversa hacia otros temas y comenzó a cuestionar las razones para irse.
Aquella intervención rompió el ambiente de camaradería que había prevalecido, algunos cayeron en el juego y se abrió un largo debate, que cada vez se tornaba más agrio, aquello se iba tornando de castaño a oscuro.
Llegado a ese momento en que el ambiente era tenso decidí retirarme. Me molesta cuando la gente comienza a juzgar a los demás. Abracé a mi amigo y le dejé mis mejores deseos porque las cosas le sigan yendo bien.
Un asunto al que mantengo en constante vigilancia es la tentación de juzgar. No sé, pero es demasiado fácil emitir juicios sancionatorios sobre las decisiones de los demás. El juzgar es una especie de deporte nacional, todo el mundo lo hace, jóvenes y viejos, pareciera una de las primeras cosas que aprendemos. De esa escuela tengo bastante y me ha costado muchísimo tomar conciencia de ello.
Creo que una cosa es opinar y otra juzgar. Al juzgar se está irrespetando el derecho del otro, puesto que cada quien es libre de hacer la elección que crea conveniente. Además, nadie sabe las goteras de su casa sino el que las está pasando. Dicho en cristiano, nadie está en la piel del otro.
Por ahí deberíamos comenzar antes de juzgar la decisión ajena, por conocer las circunstancias en que se mueve la otra persona.
Generalmente medimos el comportamiento de los demás por lo que somos nosotros mismos. Algo, absurdo, ilógico e irracional. Si a mí me gusta caminar y hacer deportes, etiqueto al que no lo hace como flojo, así sin más. ¿Pero acaso he averiguado si esa persona tiene una limitación? A lo mejor sufre de alguna enfermedad ósea y su cuerpo no le permite el desplazamiento, o sufre de vértigo y teme irse al suelo. Y así, son muchísimas las razones por las que alguien haga o deje de hacer cada cosa. En este contexto juzgar aparte de ser un gran falta de respeto también es una falta de solidaridad.
El andar de juez por la vida generalmente entraba las buenas relaciones y es una fuente permanente de conflictos.
Ahora bien, no juzgar no significa en ningún momento caer en la indiferencia. No, si veo que alguien se va a lanzar por un puente tengo el deber de hablar con él, de decirle que entre en razón porque ciertamente una opinión a tiempo puede hacer que el otro cambie sus opciones de elección y se evite algún inconveniente. Pero no me voy a acercar para decirle: ¡Chico tú estás loco…! Porque a lo mejor se termina de lanzar. Quizá deba mostrarle alguna opción, sugerirle que lo piense un poco más, darle alguna información que pueda ser de interés. Eso sería opinar.
Sé que es difícil no juzgar porque para algunos es casi un hábito y todos sabemos lo difícil que es corregir los hábitos. Pero vale la pena ponerse en plan de vigilancia y amarrarse la lengua cuando se tenga el deseo de juzgar.
Gracias por tu tiempo.
Before the end of the year I received an invitation from a very dear friend, he was visiting the country after a long absence, he is part of the large group that has pitched tent in distant lands.
I was very excited to see him again; it had been almost three years since the last time. I remembered his taste for ice cream, so I took a technical touch in an ice cream shop and bought him a nice jar of rum raisin ice cream, his favorite.
I arrived among the first and it was a very emotional moment when he himself opened the door, smiling and rejuvenated.
After a long hug we went inside the house, his face of satisfaction was immense when I showed him the jar of ice cream, he looked like a big boy.
We talked for a long time before the other guests arrived, after that it would be difficult to monopolize his attention, he updated me on how he was doing, the ups and downs of being away from home.
Once the group was complete, the meeting began, at the beginning only he spoke, everyone was interested in knowing his experience, it is always curious to know how the compatriots who are abroad are doing; everyone asked him things, details, trivialities, the usual, but there was one person who sought to take the conversation to other topics and began to question the reasons for leaving.
That intervention broke the atmosphere of camaraderie that had prevailed, some fell into the game and a long debate was opened, which became more and more bitter, that was turning from brown to dark.
At that moment, when the atmosphere was tense, I decided to leave. It bothers me when people start judging others. I hugged my friend and left him my best wishes that things continue to go well for him.
One thing I keep a constant eye on is the temptation to judge. I don't know, but it is all too easy to pass sanctioning judgments on the decisions of others. Judging is a kind of national sport, everyone does it, young and old, it seems one of the first things we learn. I have a lot of that school of thought and it has been very hard for me to become aware of it.
I think it is one thing to give an opinion and another to judge. By judging we are disrespecting the right of others, since everyone is free to make the choice he/she deems convenient. Besides, no one knows the leaks in his house but the one who is going through them. In other words, no one is in the other's shoes.
That is where we should start before judging the decision of others, by knowing the circumstances in which the other person moves.
Generally, we measure the behavior of others by what we are ourselves. Something absurd, illogical and irrational. If I like to walk and play sports, I label those who don't do it as lazy, just like that. But have I found out if that person has a limitation? Maybe he suffers from a bone disease and his body does not allow him to move, or he suffers from vertigo and is afraid of falling to the ground. And so on, there are many reasons why someone does or does not do something. In this context, judging, apart from being a great lack of respect, is also a lack of solidarity.
Being a judge in life generally breaks down good relationships and is a permanent source of conflict.
However, not judging does not mean at any time to fall into indifference. No, if I see that someone is going to jump over a bridge, I have the duty to talk to him, to tell him to come to his senses because certainly an opinion in time can make the other person change his choices and avoid some inconvenience. But I am not going to approach him and say: "Boy, you are crazy...! Because maybe he will end up throwing himself. Maybe I should show him some option, suggest that he thinks about it a little more, give him some information that might be of interest. That would be an opinion.
I know it's hard not to judge because for some people it's almost a habit and we all know how difficult it is to correct habits. But it's worth it to put on a vigilance plan and tie your tongue when you have the desire to judge.
Thanks for your time.
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