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Microcuento [La declaración] Contenido Original

Ella llegó a su fiesta de compromiso envuelta en un aura de incertidumbre. Había gastado parte de sus ahorros en el vestido y en aparentar una felicidad que no acababa de quedarle bien. El, por su parte, gallardo, elegante, dispuesto a ser el hombre que necesitaba ser para que su novia lo admirase, con ganas de volverse indispensable.

Los invitados expectantes, esperaban lo de siempre, una fiesta, una declaración conmovedora, donde el principe encantador prometiera su esfuerzo por proteger a la damisela siempre en peligro, incapaz de salvarse a si misma. Ella esperaba formar un equipo, el quería capitanear.

Las flores, el menú, la música y los anillos eran perfectos, hasta que el momento central llegó; después de un emocionante baile (que debía convertirse por tradición en el símbolo musical de ese amor), las luces se volvieron tenues, un faro alumbró al caballero que hincaba rodilla y sacaba de su impecable saco azabache una caja de terciopelo carmesí...la abrió al compás de un violín que hizo abrillantar los ojos de familiares y amigos y se atrevió a declarar: "cuando te vi supe que eras para mi, con este anillo juro hacerte feliz, protegerte y tenerte como una reina"

Los suspiros fueron unánimes. Ella, aturdida entre tanta emoción idílica, lo tomó por los hombros, indicándole que se levantara, cuando estuvo a su altura le dijo: acepto este anillo -lo miraba a los ojos con una severa ternura -si aceptas que no necesito que me protejan, que no quiero ser reina, que por lo general nada deciden, todo se lo entregan hecho y que entiendas que soy feliz ya, es mi trabajo serlo. Quiero un hombre que sea mi igual, que me ame libre y no me juzgue por defenderme sola-.

El silencio de asombro opacó la música y el idilio.

Cecilia Marín, nunca se casó.

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