Y llegué a la línea del metro, tomé un respiro largo y profundo, esperando recobrar el aliento. Una voz dentro de mí, me gritaba que era un completo idiota y de repente, una torrencial lluvia de lágrimas comenzó a inundar mis ojos, haciendo que me sintiera más estúpido todavía. ¿En serio Carlos?, ¿perder tanto dinero en una de esas estafas piramidales?

Había comenzado con una inversión de $300, después de la insistencia de un buen amigo mío y luego me sumergí en una espiral en la cual involucré a mucha gente. Después de criticar a mi amigo castroso, ahí estaba yo, derrotado y con deudas que jamás en mi vida pensé que iba a adquirir. No había dudas, que después de ser estafado y haber ayudado (sin saberlo) a que estafaran a otros, debía acabar con mi vida.

No quería vivir derrotado, ni mucho menos ir a la cárcel. La gente nunca me creería, a la vista de muchos yo era tan estafador como el líder de la pirámide. Aquel pensamiento me hizo llorar muchísimo más, ya que no solo iba a quedar como un estafador, sino que con el suicidio también iba a ser un verdadero cobarde.

Mientras estaba sentado en unos de los asientos del metro, me di cuenta de que había captado la atención de una anciana que estaba sentada justo al frente de mí. Me sentí extraño y quise recomponerme, pero en un ataque de amabilidad, ella se levantó y me alcanzó un pañuelo. Yo acepté su ofrecimiento y le sonreí como si de un vagabundo se tratara.

Entonces noté que estaba vestida totalmente de negro y que de sus orejas salían unos pendientes grandes y estrafalarios que nunca había visto. Y no solamente eso, también me puse muy incómodo al darme cuenta de que su mirada penetraba en mi cuerpo insistentemente. Era tanta la tensión que decidí levantarme e ir a por otro asiento, pero estando parado sentí el visaje más aterrador que jamás había experimentado.

La señora en cuestión, se había levantado y estaba justo detrás de mí. Cuando decidí voltearme para enfrentarla, ella me estaba extendiendo sus manos con una especie de tarjeta que brillaba con los rayos de sol. Quería correr, pero sentí que sería ridículo hacerlo y con un tono de sospecha y miedo, pues en aquel punto estábamos solos en la estación, decidí aceptar la tarjeta que con tanta insistencia me estaba ofreciendo.

Entonces la abrí y mis ojos no lo podían creer, quería que me tragara la tierra en aquel instante. Una tarjeta color verde me hizo sospechar en un comienzo, pero hubiera dado mi vida para que no fuera cierto, no en aquel momento, no cuando estaba recibiendo tanto odio, no con mi vida echa pedazos. La señora, me miro y me dijo:

—¿Qué, pensaste que te iba a robar? —yo respiré profundo y noté que en sus pendientes llevaba la inicial de la compañía para la cual trabajaba —no estarás pensando que una pobre e indefensa viejita como yo, te iba a hacer daño.

—Señora, gracias. Le agradezco su ofrecimiento, pero la verdad es que nunca en mi vida en mi vida he estado interesado en Herbalife. Y mucho menos en este momento que mi vida es un completo infierno el cual, por cierto, no estoy interesado en vivir…

—Bueno, siento mucho que lo haya confundido mi presentación, pero no se ha tomado usted el tiempo de ver lo que he puesto en sus manos.

Cuando aquella señora menciono que no había visto la tarjeta, tenía razón: bellos trazos salían de la parte trasera de aquel papel y surgían las palabras más bellas y más a lugar que pude haber recibido alguna vez.

“ESTO TAMBIÉN PASARÁ”